5.5. Educación, liderazgo y género. pag 226.
Otro ámbito investigado que refleja la falta de equidad se refiere a cómo acceden y viven el poder las mujeres que han alcanzado el éxito profesional en campos con especial relevancia profesional y social, campos tradicionalmente masculinos.
Nos refereimos fundamentalmente a mujeres que en el tránsito del siglo XX al siglo XXI rondan los 60 años de edad, y que han alcanzado puestos importantes en los medios de comunicación social o han llegado pioneramente a la cátedra de universidad y a cargos significativos dentro de las instituciones en las que trabajan.
Son pioneras y son minoría.
Definición "techo de cristal".
En ellas ha sido posible romper el "techo de cristal" exstente en las organizaciones donde trabajan.
Dicho techo permite a las mujeres ver la cúspide de los trabajos en sus ámbitos profesionales respectivos pero no pueden acceder a ellos y palparlos con normalidad pues parecería que se les muestrán a través de una pantalla, de un techo de cristal.
Es decir, personas doblemente excepcionales dada su condición de élites y de mujeres.
El resumen de los resultados sería que a las mujeres pioneras y lideres se les exige un sobreesfuerzo, se les vigila sin tregua desde los referentes patriarcales y se observan sus atributos externos de mujer tanto o más que la función que desempeñan.
Es decir, son noticia no por la calidad del trabajo que realizan sino por el hecho de ser mujeres, extremos que no sedan en el caso de los hombres directivos.
Entre los factores que en ellas concurren García de León (2002) señala:
Sobreabundancia curricular de partida.
Pues:
Han nacido en familias cultivadas y con medios materiales que desde la infancia, han sembrado en ellas el deseo de superarse. Predominan las hijas primogénicas, o las hijas únicas en varios casos, y suelen tener antecedentes familiares directos en la profesión elegida, siendo este un factor decisivo en su despegue. Un varón era lo deseado. Cuando el padre asumía que la primogénita era la hija, la tomaba como depositaria de su continuidad llevándola a luchar contracorriente, pues el papel asignado a la mujer era casarse y tener hijos.
Han recibido un capital afectivo grande del padre y de la madre y han crecido en hogares psicológicamente seguros.
Se han casado con hombres que han impulsado inicialmente la carrera profesional de la esposa. En algunos casos el papel de mentor ejercido por el marido ha sido ejercido por instituciones de carácter religioso o político, que brindan una estructura social de apoyo.
Sin embaro, con el paso del tiempo el apoyo del cónyuge está más sometido a quebranso, pues el divorcio o la separación es más frecuente enter las élites femenias que entre sus homólogos masculinos. Se tienen datos del alto porcentaje de divorcios en mujeres profesionales, a veces debidos a un marido que no soporta la faceta profesional de su esposa.
En el caso de las élites femeninas, el control de la casa y de los hijos recae sobre la mujer, independientemente de su ascenso profesional.
El análisis biográfico de las élites profesionales masculinas muestra diferencias significativas pues:
Ellos proceden de medios familiares más normalizados, menos exquisitos social y culturalmente.
En la elección de pareja muestran un perfil más próximo al matrimonio convencional, pues tienen mujeres educadas y que pueden ser profesionales pero no profesionales de élite.
Cuentan con el apoyo de sus esposas, que se encargan de la casa, de los hijos y de acompañarles en sus traslados profesionales, dejándoles total disponibilidad de su tiempo.
Se divorción menos que ellas.
La abundancia de capital de todo tipo que aparece en la élite profesionla femenina y su carácter de pioneras, sugiere que las claves de su éxito social apuntan a lmismo tiempo a las claves del fracaso social casi generalizado de las mujeres.
Como acceden y viven el éxito.
Las mujeres que acceden a cargos importantes en la jerarquia social:
Presentan trayectorias profesionales más quebradas y discontinuas que los hombres. Socializadas en la ética del cuidado hacia los otros, solo las muy privilegiadas o sin familia proia siguen una trayectoria lineal similar en esto a la de los hombres, en el sentido de que terminan los estudios universitarios e inician la carrera profesional con dedicación prácticamente exclusiva.
Las mujeres profesionales han encontrado mayores encrucijadas pues asument las propias y las de la familia, y se sitúan ante ellas con un planteamiento más colectivo que el varón.
Por ejemplo, carecen de la movilidad necesaria para hacer carrera, además de ser las perjudicadas con la discrecionalidad de muchos de los nombramientos pues no pueden mostrasr su excelente currículo, entre otros.
El logro es previamente negociado con los suyos. Pocas mujeres dicen sí a una propuesta de ascenso importante sin compartir previamente con los suyos pros y contras. Más aún, dicha propuesta es presentada como un logro colectivo que, de coronarse, sería un logro de toda la familia y particularmente del esposo, pues lo han hecho posible y van a sufrir su menor disponibilidad de tiempo.
Cuando llega la oportunidad del poder, la mujer la presenta a los otros como un conjunto de casualiades, aunque sean casualidades no tan casuales sino debidas a la propia valía.
Tienen que hacerse visibles sin dejar de ser invisibles, y vivir con esta paradoja y con la invisibiliadad profesional de las mujeres en general.
Las mujeres no pueden manifestar ambición pero deben tenerla sí quieren acceder a puestos de responsabilidad; no pueden hablar en primera persona proque se supone no tienen capacidad de dirigir y gestionar personas y proyectos pues su reino es la vida privada ("la reina de la casa") y, sin embaro, si acceden a cargos de responsabilidad es para gestionar e innovar; no pueden mostra su fuerza emotiva porque equivaldría a que las domina el sentimiento.
En contrapartida, los hombres presentan trayectorias profesionales más continuas y no necesitan reprimir u ocultar que desean ascender y que disfrutan del logro. Así
Sus trayectorias profesionales son más individualistas y unidireccionales, establecen sus prioridades profesionales con bastante menos barreras que ellas y cuentan con el apoyo de las esposas que los siguen en sus periplos profesionales, periplos que pueden significar un quiebro en la vida profesional de éstas.
Comunican a posteriori el ascenso. Entienden que aceptar una propuesta importante es lo que procede, pues es un reconocimiento personal que implica un enfiquimiento para la familia.
Su preocupación es hacerse más visibles, que se reconozca su trabajo y su cargo. Mientras que los agradecimientos están presentes en las mujeres que ocupan cargos en todas las categorías del sistema educativo, desde las directoras de centros (de educación infantil) a (las rectoras de) la universidad, en el caso de los varoenes no ocurre lo mismo.
En el desempeño del cargo un problema femenino ya apuntado es la exigencia de tiempo, la disponibilidad que exige.
Los hombres concilian escasamente y manifiestan falta de equidad en la asunción de las responsabilidades familaires.
Otro problema que afecta a las mujeres directivas es la falta de confianza. Creen que los varones confían en las directivas menos que en los directivos, y esta falta de confianza termina por afectar a la propia confianza personal.
El saberse observada hace que la mujer extreme la autoexigencia y termina por dedicar al cargo más tiempo que los hombres, lo que suele acarrearle problemas en la vida familiar.
Un tercer problema es que la sociedad tiende a culpabilizar a la mujer profesional de las posibles desgracias que pueden sobrevenir en la vida familiar, atribución especialmente fácil cuando esta destaca por encima de la norma.
Gómez, Callejo y Casado (2004) matizan en su estudio que las mujeres que acceden a cargos en los niveles del sistema educativo no universitario, tienden a negociar y compartir, el logro con sus compañeros y compañeras además de con la propia familia, hasta el punto de que pareee que deben el cargo a otros al comienzo, en medio y al final de su desempleño.
Estos subterfugios explicativos recuerdan el síndome del impostor, una situación de dependencia de los protagonistas no sólo en los inicios del cargo sino en el desarrollo del mismo, motivada porque adolecen de estructura pública y privada en la que apoyarse con normalidad.
En último término tienden a ser vistas y a percibirse como élites mediáticas, instrumentos del azar o resltuado del dadivoso medio privado, nunca ellas mismas.
Por ellos los ámbitos y trabajos reglados, con estructura y transperencia pública como es el caso de las oposiciciones, favorecen a las mujeres porque favorecen la igualdad al permitir a los aspirantes mostrar su saber y experiencia.
En España en 2006 eran mujeres el 37% de los funcionarios del Estado pertenecientes al grupo A.
Materializar la igualdad efectiva de las mujeres y los hombres requiere fomentar transversalmente el empoderacimento de las mujeres y el reconocimiento de sus derechos sociales, de manera particular en el ámbito de la igualdad de oportunidades, apareciendo el enfoque de género como la forma óptima de conseguir una sociedad sostenible que a corto, medio y largo plazo tenga en cuenta equitativamente las necesidades de los hombres y de las mujeres, es decir, de todos los seres humanos.
Hay además otras razones:
Primero, los países más subdesarrollados son aquellos en los que formalmente no se permite a las mujeres participar en el trabajo productivo y en la gestión de los asuntos públicos.
Segundo, las mujeres son las cuidadoreas por excelencia de las personas dependientes, lo que en países como el nuestro significa para el Estado un cuantioso ahorro presupuestario invisible que debería imputárseles.
Tercero, desde un liderazgo horizontal, las mujeres vienen asumiendo la gestión emocional y afectiva de la familia y de sus miembros, algo fundamental máxime en las sociedades modernas donde la red de afectos y de apoyos efectivos se reduce básicamente al ámbito de la familia nuclear.
Cuarto, no se ha demostrado que profesionalmente las mujeres sean menos productivas e innovadoras que los hombres.
Sin embargo, lacras sociales como el infanticidio infantil, la violencia de género, el acoso laboral o el SIDA se ceban en las mujeres, lacras que perviven sustentadas en estereotipos y sinergias reales aunque velados.
La igualdad de género requiere la implicación sistemática de los hombres y de las mujeres a lo largo y ancho de las instituciones sociales.
Y la educación, en su sentido más amplio, debe comprometerse con tan noble objetivo.
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