5.2.2. Educación, género y características de personalidad. pag 184.
A pesar de su capacidad objetiva, las chicas dotadas tienden a tener menor confianza en sí mismas y minusvalorar sus logros más que los chicos.
En estudios diferenciales clásicos las mujeres son descritas como más dependientes, con menor autoconcepto y con un control más externo que los hombres, características que aparecen también entre las más capaces cuando se comparan con sus iguales masculinos.
La confianza es un factor clave que subyace a la diferencia entre los géneros. Se trata de una conducta compleja, una actitud que puede y debe ser modificada.
Las chicas como grupo se muestran más inseguras, con más pobre autoconcepto, lo que exige una reflexión para da una educación no sexista de la capacidad superior.
Las mujeres con capacidad pagan un alto precio por el hecho de serlo pues, dado el peso de los estereotipos, a menudo se sienten atrapadas entre exigencias contradictorias.
Los estereotipos penetran los muros sociales de forma sutil o descarada y saltarse ciertas normas como esperar el turno para preguntar o contestar, es una conducta muy probable en los chicos capaces y que se acepta mal en las chicas por capaces que sean.
Horner (1972) acuñó el concepto de miedo al éxito, factor que afecta a una parte de las niñas y mujeres brillantes, pues temen ser demasiado competentes en su trabajo y como consecuencia, merecer el rechazo de sus compañeros y no resultar atractivas para sus parejas.
Pueden llevar a una pérdida de confianza en la propia capacidad, con efectos devastadores si ocurre en los años de las opciones académicas que marcarán el futuro de su trayectoria académica y profesional.
Otras características como el perfeccionismo y el síndrome del impostor parecen afectar particularmente a la población femenina más capaz.
El perfeccionismo puede definirse como el establecimiento de metas muy altas en los diferentes campos de la vida, lo que a la larga resulta insostenible para cualquier ser humano. Los chicos capaces tienden a plantearse metas elevadas y exigentes, pero con distinta visión y en campos limitados.
En cambio, las chicas brillantes tienen el riesgo de querer ser perfectas en todo lo que hacen e invierten una considerable energía en intentar destacar como estudiante, como amiga, como mujer, como hija, como investigadora, como atleta, en lugar de fijarse objetivos razonables para sí mismas.
Todo esto, les lleva a esforzarse por tener éxito en niveles cada vez más altos, y cuando lo logran, puede sobrevenir el síndrome del impostor. Este síndrome es relativamente frecuente en las mujeres profesionales que alcanzan éxitos elevados en campos tradicionalmente masculinos.
Se refleja en la aparición de un sentimiento de autoestima extremadamente bajo que lleva a la mujer de éxito a minusvalorar sus merecidos logros atribuyéndolos a terceros, y a culpabilizarse de los problemas que pueden acaecer en su vida privada.
Reacción al éxito que afecta en menor grado al grupo de los hombres brillantes, que tiende a atribuir sus logros a su capacidad y al esfuerzo y, secundariamente, a factores externos.
Se trata de una conducta aprendida, alimentada por los otros significativos en sus vidas, y puede aparecer también entre las mujeres que han sido capaces de abrirse paso en profesiones no excesivamente cualificadas pero significativas en su medio por ser propias de los hombres y significar un logro social.
El hecho de que siempre haya sido el varón el responsable de la familia, es un dato que sigue vivo en determinados contextos, al tiempo que los cambios ocurridos sobre la igualdad de los sexos da pie a pensar y postular otro tipo de responsabilidad.
Debido a estos y otros factores, muchas chicas crecen confiadas en que llegará alguien que se ocupará de ellas, sin pararse a pensar en las implicaciones profesionales de sus opciones curriculares, por lo que algunos autores denominan esta característica como síndrome de cenicienta.
Por su parte, los chicos brillantes crecen con mayor conciencia de que tienen que planificar una carrera profesional para toda la vida, y hacen elecciones más solidas, de mayor alcance y más apropiadas, entre otras razones porque el contexto familiar les impele a ello desde edades tempranas.
Hay una característica que algunos han denominado estilo de vida y que podría ser el pivote sobre el que se organiza la estructura personal, vocacional y social de los géneros.
Lo hacen desde la reconceptualización del programa SMPY (Study of Matematically Precocius Youth) por entender que las elecciones sobre el estilo de vida podrían ser el aspecto más crítico para comprender las diferencias de género, pese a que apenas si son típicamente evaluadas en los cuestionarios estandarizados de intereses y valores.
Se refieren a si proyectan trabajar a tiempo completo cuando sean adultos y a como conceptualizan éticamente el mundo cada uno de los géneros.
En las tres primeras cohortes del SMPY (nació en 1971) más del 95 por ciento de los chicos planificaba hacer una carrera superior y dedicarse a su trabajo a tiempo completo, mientras que menos de la cuarta parte de ellos esperaba que hiciera lo mismo su futura esposa, y más de la mitad esperaba que ésta dejase de trabajara cuando tuviera hijos.
Por su parte, no todas las chicas con talento matemático planificaban realizar estudios superiores; aproximadamente la mitad de las que pensaban hacerlo esperaban dedicarse a su profesión ininterrumpidamente aunque veían en los hijos un problema.
El 50 por ciento restante se distribuía en partes casi iguales entre dedicarles al trabajo a tiempo parcial y abandonar este cuando tuviera hijos, porcentaje que ha permanecido estable a lo largo de dos décadas.
Son las alumnas que piensan dedicarse a tiempo completo a su profesión las más partidarias de la aceleración de los estudios y de cursar una carrera superior.
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